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3000

Les voy a contar una historia. Sepan disculpar la inexactitud de los datos, pero a medida que fue pasando el tiempo se convirtió en leyenda y el boca a boca, la transmisión de padres a hijos, la emoción de los narradores, hizo que sólo la esencia se mantenga intacta. Lo demás sirve de decoración, pero este ¿cuento? retiene indudablemente su fuerza.
No hay nombres en esta historia, sólo personajes anónimos. Ciertas características se conocen, pero son difusos los adjetivos en mi mente. Algunos dicen que eran siete guerreros, otros, que eran once, como un equipo oficial. Hay quien se anima a afirmar que eran veintitrés hombres, una selección de Copa Mundial completa. Tengo mis razones para creer que la versión más cercana a la realidad es la primera. Siete valientes dispuestos a pelear en tierras lejanas contra quien se pusiera delante.
Otra vez llego a un dato poco firme. Trescientos, tres mil, siete mil. Como sé que sucedió en territorios de la Nación Quechua, situémonos a 3000 metros sobre el nivel del mar. Estos hombres venían de regiones costeras, ciudades que no superan los cien metros, y habían estado caminando ya por dos días enteros incansablemente cuando, al mediodía del tercer día, acudieron al llamado. Ante la presencia de muchos forasteros como ellos, un grupo de locales retó a quien se atreviese a algo tan simple como irresistible. Cuando la pelota rodó por el césped poco nivelado, sólo ellos siete se atrevieron a defender el honor de quien vive al ras del mar, de quien sabe cómo se sufre la humedad y qué son los mosquitos.
Eran un canguro australiano, un rollizo inglés, un estadounidense chueco, un veterano catalán, un apuesto italiano y dos jóvenes argentinos, amigos ellos. El australiano se ofreció rápidamente a posicionarse bajo los tres palos, que en ese campo de juego eran dos, en realidad. Por lo tanto, digamos que se ubicó entre los dos palos. El resto fue rotando según la necesidad y el cansancio que podrían surgir, conociendo la falta de oxígeno que se experimenta a esas alturas.
Demos un vistazo al panorama presentado. Por un lado, un equipo nativo, habituado a jugar a grandes alturas y un clima seco, formado por hombres que se conocían entre sí. Por el otro, un grupo de siete desconocidos de diversos países, con distintas lenguas.
A la vista de todos los presentes, visitantes de todo el mundo, ahora espectadores y testigos de esta contienda, se dio comienzo al partido. Al principio todos eran cautelosos, cada equipo medía a su rival. El inglés rápidamente se mostró ansioso por jugar en la delantera, el italiano se ubicó a uno de los lados, el catalán se adueñó de la defensa y el estadounidense, un poco perdido, se quedó en el medio de la cancha. Luego nos falta hablar de los argentinos. Uno de ellos, con aspecto de iraquí, se convirtió en una de las armas más peligrosas para el equipo visitante. Su resistencia física y su velocidad desbordante lo hacían blanco de la mayoría de los pases de sus compañeros. El otro, muy flaco y desgarbado, parecía a primera vista no ofrecer mucho al equipo. Incluso jugaba con sus lentes de aumento puestos. Pero aunque su agilidad no fuese envidiable, se destacaba por la entrega para evitar que la pelota llegara a su campo, cortando cada situación de peligro en conjunto con la garra catalana.
Si bien el equipo local se mostró dañino en los primeros minutos, con buenas intervenciones del australiano en el arco, pronto los forasteros se sintieron a gusto y un pase en profundidad al inglés desembocó en el primer gol visitante. Había sido un tanto más bien austero, acorde al partido trabado que les tocaba jugar, y aunque fue levemente festejado, no logró inclinar la cancha ni mucho menos. Los locales seguían atacando, aprovechando la ligereza que les daba su aire serrano. En reiteradas oportunidades, la aguerrida defensa anulaba cualquier situación de peligro y jugaba, segura, hacia los lados, donde el iraquí -llamémoslo así, de ahora en más, para diferenciarlo de su paisano- y el italiano se encontraban. De este último se esperaba mucho debido a su nacionalidad, pero fue quien más desilusionó. En el otro extremo, el estadounidense se mostraba muy activo, a pesar de quedar como única jugada suya en este relato un mal rechazo que fue en dirección contraria y se estrelló en la cara del argentino, quien hizo caso omiso del golpe y recuperó el balón para salir jugando con su amigo coterráneo.
Las reglas impuestas previamente decían que se jugaba a cuatro goles, y al convertir el segundo se hacía el cambio de lado. Y así fue, una vez que el inglés logró anotar nuevamente. Hasta ahora, a pesar de la ventaja, el equipo visitante no lograba la tranquilidad deseada.
El catalán y el argentino seguían cortando cada bola que entraba en su campo y jugaban con sus compañeros, habitualmente con el iraquí, salida garantizada por los lados. El inglés mostraba que a pesar de su corpulencia su movilidad no era para nada limitada, pero tanto el italiano como el yanki significaban pelotas perdidas. El australiano, mientras tanto, daba seguridad como guardameta.
El cielo no presentaba nubes, completamente despejado, por lo que el sol rajaba la tierra y se hacía sentir sobre los cuerpos de nuestros guerreros. El campo de juego tampoco ayudaba. Su estado era bastante complicado, si tenemos en cuenta que no era una cancha sino más bien el único claro llano lo suficientemente amplio como para jugar. Pero esto no iba a frenar a los argentinos. Aún se escuchan en los Andes incaicos sus gritos pidiéndose la pelota, anunciando algún pase. Dicen que todavía pueden encontrarse sus pisadas gigantes alrededor de los grupos de yuyos formados en medio del campo. Las de uno, en sus andadas constantes al territorio de los locales, ocasionando peligros. Las del otro, por toda la mediacancha en sus corridas para cortar pases, trabar pelotas y asistir a sus compañeros. De esta misma forma, por medio de un balón recuperado, el argentino jugó con el iraquí, y éste con el catalán, quien entró desde el fondo sorprendiendo a todos con un remate cruzado abajo, venciendo al arquero local. Tercer gol y festejo generalizado del equipo y varios de los espectadores españoles. Sus compañeros de equipo lo felicitaron airadamente, reconociendo toda su entrega.
A esta altura, el ánimo de nuestros siete luchadores había subido notablemente. Ya el equipo local notaba el cambio y sufría al no poder generar situaciones claras y ser constantemente superados en cada pelota dividida.
Así, ya concientes de lo poco que faltaba, los integrantes del equipo visitante hicieron un último esfuerzo. De un saque de arco por el seguro australiano, la pelota llegó a los pies del catalán, quien jugó con el iraquí. Veloz, dejó tirado en el suelo a su marcador, fue asistido por el italiano, que como pudo pasó el balón atrás hacia el argentino, éste con el estadounidense, y él, por último, con el inglés. Como si supiera que ya todos sus compañeros habían participado de la jugada, el isleño decidió hacer un pase al argentino, que se había adelantado a la mitad de cancha. Desde aquí, el sudamericano en un vistazo ubicó a su amigo picando por enésima vez por la derecha, y gritando su nombre depositó la pelota, como con un guante, a los pies del iraquí. Este, recibió a la carrera con un primer toque, acomodó con un segundo y el tercero fue un zapatazo al primer palo. El arquero local, a pesar de volar espectacularmente, vio el inalcanzable tiro pasar a su lado.
Lo que siguió fue tan sólo el cierre de un histórico encuentro. El cuarto gol selló el final del partido, pero abrió la puerta al reconocimiento de los hombres costeros por parte de los descendientes de tan grandiosa civilización. Luego de los amistosos saludos entre jugadores de ambos equipos, todos, espectadores incluidos, continuaron la marcha. No se conoce su destino final, pero algunos han dicho que en el quinto día pudieron recargar energía en el sitio más propicio para la conclusión de semejante travesía.

Comentarios

  1. Aguanten el iraquí y el flaco desgarbado de lentes!!!!!!!!!!!!!!!

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  2. hAY QUE BUSCAR UN EDITOR PARA "CUENTOS CORTOS DE ARGENTINOS POR EL MUNDO"
    Se puede saber quienes son el flaco desgarbado y el iraquí?, creo que los conozco y pronto emprenderán nuevas aventuras

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  3. jajaja

    como diría tonga: ESPLÉNTIFUL
    muy bueno el relato loco.

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