Le pica el ojo. El humo dio directo en él. Disminuye el rojo de lo que será ceniza, se apaga lentamente. La última bocanada blanca se termina de diluir en el aire en una pirueta circense. De fondo, un disco stoner. Los Natas. Siente arena a sus pies. Seca, ni un mínimo de humedad, se escurre entre los dedos. Quema la superficie, pero debajo refresca. Quema el sol a la piel, la música a la cabeza. Son distintos ritmos, variaciones en un tema constante que llevan al trance. Y el desierto es tan tentador, tan extenso, tan... desierto. Su raíz es solitaria, no se estabiliza en el suelo arenoso, no lo retiene, no lo cuida. Imagina noches en los médanos del oasis, imagina el frío. La cosquilla recorriendo las piernas, sus vellos barriendo los granos de arena. Imagina el olor; a nada. A oscuridad. Y arena. Y a su propia mugre. Ve sólo negro adelante, luces que apenas se asoman detrás del médano a contraluz, no hay luna. Sí estrellas. Miles, millones, incontables. El sabor ácido del hambr
Bienvenidos al laberinto de mi cabeza. Para el primero que encuentre la salida, un chocolatín.