Me encuentro hace unos años pensando por qué fotografío las casas donde vivo. Busco entender que el nomadismo al que estuve adscrito por cinco años era necesario para mí, sabiendo a la vez que esa necesidad no significa que sea fácil. Y es también esa la cantidad de tiempo que llevo disfrutando cada vestido que la luz decide en mis casas, de las cuales no soy dueño. Entonces, sabiendo que en poco tiempo hay que irse, sin una base sólida sobre la que edificar una idea material de hogar, lograr la adaptación desde una calidez brindada no por muebles y adornos, sino por luz. En vez de arreglar un inodoro o pintar una pared, sacar fotos y decidir qué prenda lucir ese día; no para el cuerpo, sino para una parte propia habitualmente pasada por alto. El hogar se lleva consigo, casi como un caracol metafísico. Necesito homenajear a todos los lugares que fui.
Se puede coger sin la pija en la mano. Más allá de que Annie Clark es una zarpada, en este video me encontré con una escena musicalmente pornográfica. Ella empieza su canción sola, acompañada únicamente por las notas de las melodías que alguna vez sintió, hasta que este violinista que no conozco se mete, invade su música con su música. Al principio, una sonrisa nomás, crece con el pulso. Hasta que se quiebra el tempo, la intimidad invadida por una nueva que es de a dos, que en realidad es de a sesenta con los espectadores. Pero todos ellos otros no importan en realidad, son los que vibran cuerdas y medio locos los que merecen atención. Y ella lo mira de reojo, y él contesta con una mirada de complicidad. Es encantador el momento en que dos músicos se entienden por encima de cualquier convención civilizada. Me hizo acordar a la primera vez que ví este otro video de Mollo con Aristimuño. El artista consagrado e idolatrado se encuentra con un entonces joven talentoso que segura