30/12/13. Sí, ya es mi cumple. El 29, como los ñoquis. El último de los veintipico. De noche. En un avión, camino a Lima, camino a Panamá, camino a, finalmente, Cuba. Y miro donde debería estar el ala. Luz roja. Oscuridad. Oscuridad. Oscuridad. Luz roja. Y así, interminablemente, en una eternidad relativa que depende en realidad de las cuatro horas y cincuenta minutos de vuelo. Miro esa luz cada cuatro segundos, como chequeando que el ala sigue ahí, que no nos vamos a caer. Y es un poco así, mirar siempre esa luz mientras uno se prepara. ¿Para qué? No sé, pero se prepara. Porque si bien uno puede colgarse en lo que tenía que hacer, sabiendo que muy probablemente el ala siga estando, el día que terminados los cuatro segundos no pase lo supuesto, agarrate. Habrá que estar preparado, alerta para pilotear el choque lo mejor posible. Chin chin.
Bienvenidos al laberinto de mi cabeza. Para el primero que encuentre la salida, un chocolatín.