¿Qué? ¿Qué querés? - le dije.
No contestaba. Sin embargo, me seguía a cada paso. Quebraba la cintura a lo Diego Armando y me repetía. Chequeé si era mi sombra, pero no. La sombra estaba buscando algo en la heladera. O no había, la verdad que no miré bien. No había dulce de leche, así que se agarró un queso blanco, mientras yo hacía las tostadas.
Daba vuelta un pan, y el muy descarado lo volvía a dar vuelta. Tuvimos las tostadas hechas en unos treinta minutos, con tanta revoleada panificadora.
Lo bueno es que mi sombra ya había preparado el té. Dos tazas para los tres, nomás. Las sombras sólo toman sombra de té, así que para qué usar tres tazas? Ah, claro, sí. Tres porque cuando me quemé pegué un gritito de mina y ahí vino el eco. eco. co. o. . Como la casa tiene reverberaciones más bien cortas no hizo falta la tercera, se fue rápido, sin saludar. Maleducado. O mal aprendido, vaya uno a saber. Con estas cosas nunca se sabe. Sobre todo siendo tan efímeras.
La cosa es que para cuando pude desayunar eran las cuatro menos diez de la tarde. Es que me había acostado tarde. Algunos días trabajo hasta la mañana del siguiente. Pero no es razón para estar dividido. O multiplicado, todavía no lograba entender.
Esa tarde quemamos (sí, primera persona del plural, los tuve que incorporar) cerca de cuarenta y ocho lamparitas de bajo consumo. Con esto de que si las prendés y apagás muy seguido se te van más fácil que las viejas. Yo prendía, el otro guacho apagaba y la sombra la prendía. Llegaba tarde, última, porque se estaba haciendo un mate. Le reclamé que si se iban a quedar, se abstuvieran a ser lo más parecidos a mí. No tomo mate, me hace mal, lo sabés.
Lo que no sabía era que como la sombra era mía, me terminaba pegando a mí. Imaginate. Yo iba al baño y el otro hacía lo mismo mientras la sombra seguía tomando mate. Ahí, ¡me iluminé!. Me di cuenta que podía prender alguna luz para generar una sombra real. De golpe, tenía dos sombras. De golpe porque se empezaron a dar de lo lindo. En el baño. Imaginate.
Lo bueno de presenciar una pelea de sombras es que, en primer lugar, no vuela sangre ni ningún tipo de fluido. En segundo, no pueden romper nada. Y tercero y final, es un hermosísimo espectáculo de homónimas chinescas. Y cuarto (¿por qué el tercero era "final"? Porque La guerra de las galaxias nos enseñó que el final es la tercera, o el tercer episodio, según como uno lo vea). Decía, cuarto, con el tema de que yo prendía y el otro apagaba, encima era un show de luces estroboscópicas, pero al revés.
Cuando se quemó la última lamparita que quedaba nos quedamos sin sombras. Pero el otro me seguía, insistente. Se me ocurrió empezar a correr por la casa. No tenía mucho sentido. Aunque llegué a pensar que así podía hacer ejercicio sin salir. Vuelta va, vuelta viene, yo corría más rápido. Estaba por sacarle una de ventaja y sentí algo raro. Me llevé puesto el cable de la zapatilla (la eléctrica, si no sería un cordón). Claro, lo raro era que ya no corría, volaba. Calculé que fueron cuatro metros. Y en vez de pasarlo, me lo llevé puesto.
Fue una sensación extraña.
Cuando me levanté, me dí cuenta. Correr la zapatilla fue una buena idea para que el muy hijo de puta dejase de adelantarse a cada movimiento que yo iba a hacer. Estaba tan metido en hacer las cosas de antemano que ni se fijó cuando pateé el cable.
En fin, fue un domingo divertido. La semana que viene voy a ver si vuelven y jugamos al twister.
PD: tengo que comprar lamparitas.
No contestaba. Sin embargo, me seguía a cada paso. Quebraba la cintura a lo Diego Armando y me repetía. Chequeé si era mi sombra, pero no. La sombra estaba buscando algo en la heladera. O no había, la verdad que no miré bien. No había dulce de leche, así que se agarró un queso blanco, mientras yo hacía las tostadas.
Daba vuelta un pan, y el muy descarado lo volvía a dar vuelta. Tuvimos las tostadas hechas en unos treinta minutos, con tanta revoleada panificadora.
Lo bueno es que mi sombra ya había preparado el té. Dos tazas para los tres, nomás. Las sombras sólo toman sombra de té, así que para qué usar tres tazas? Ah, claro, sí. Tres porque cuando me quemé pegué un gritito de mina y ahí vino el eco. eco. co. o. . Como la casa tiene reverberaciones más bien cortas no hizo falta la tercera, se fue rápido, sin saludar. Maleducado. O mal aprendido, vaya uno a saber. Con estas cosas nunca se sabe. Sobre todo siendo tan efímeras.
La cosa es que para cuando pude desayunar eran las cuatro menos diez de la tarde. Es que me había acostado tarde. Algunos días trabajo hasta la mañana del siguiente. Pero no es razón para estar dividido. O multiplicado, todavía no lograba entender.
Esa tarde quemamos (sí, primera persona del plural, los tuve que incorporar) cerca de cuarenta y ocho lamparitas de bajo consumo. Con esto de que si las prendés y apagás muy seguido se te van más fácil que las viejas. Yo prendía, el otro guacho apagaba y la sombra la prendía. Llegaba tarde, última, porque se estaba haciendo un mate. Le reclamé que si se iban a quedar, se abstuvieran a ser lo más parecidos a mí. No tomo mate, me hace mal, lo sabés.
Lo que no sabía era que como la sombra era mía, me terminaba pegando a mí. Imaginate. Yo iba al baño y el otro hacía lo mismo mientras la sombra seguía tomando mate. Ahí, ¡me iluminé!. Me di cuenta que podía prender alguna luz para generar una sombra real. De golpe, tenía dos sombras. De golpe porque se empezaron a dar de lo lindo. En el baño. Imaginate.
Lo bueno de presenciar una pelea de sombras es que, en primer lugar, no vuela sangre ni ningún tipo de fluido. En segundo, no pueden romper nada. Y tercero y final, es un hermosísimo espectáculo de homónimas chinescas. Y cuarto (¿por qué el tercero era "final"? Porque La guerra de las galaxias nos enseñó que el final es la tercera, o el tercer episodio, según como uno lo vea). Decía, cuarto, con el tema de que yo prendía y el otro apagaba, encima era un show de luces estroboscópicas, pero al revés.
Cuando se quemó la última lamparita que quedaba nos quedamos sin sombras. Pero el otro me seguía, insistente. Se me ocurrió empezar a correr por la casa. No tenía mucho sentido. Aunque llegué a pensar que así podía hacer ejercicio sin salir. Vuelta va, vuelta viene, yo corría más rápido. Estaba por sacarle una de ventaja y sentí algo raro. Me llevé puesto el cable de la zapatilla (la eléctrica, si no sería un cordón). Claro, lo raro era que ya no corría, volaba. Calculé que fueron cuatro metros. Y en vez de pasarlo, me lo llevé puesto.
Fue una sensación extraña.
Cuando me levanté, me dí cuenta. Correr la zapatilla fue una buena idea para que el muy hijo de puta dejase de adelantarse a cada movimiento que yo iba a hacer. Estaba tan metido en hacer las cosas de antemano que ni se fijó cuando pateé el cable.
En fin, fue un domingo divertido. La semana que viene voy a ver si vuelven y jugamos al twister.
PD: tengo que comprar lamparitas.
yo tengo lamparitas de colores...esas sombras son mas copadas!
ResponderEliminarya seria muy lisergico... habra que conseguir los elementos necesarios!
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