Villa del Parque. Jueves después del mediodía. Un distraído yo se topa con una situación especial a metros de la Iglesia Santa Ana, justo enfrente de la estación del tren San Martín.
Miles de personas pasan todos los días, buscando cosas que comprar en la calle más llena de negocios de la ciudad. Confiterías, rotiserías gourmet y no tanto, relojerías. Ropa, principalmente ropa; un local al lado del otro, un cliente al lado del otro.
A la vuelta, ahí pegadito, está el shopping. Salen de su interior con dos, tres bolsas en la mano. En la esquina, un talentoso y estudiado saxofonista llena con su magia el aire que respiran los negros y los hippies que venden joyas y sahumerios. Respectivamente.
Las dos casas de electrodomésticos más famosas compiten a solo ciento cincuenta metros de distancia, y una vía. La misma que lleva a un cuarto del país desde el corazón de su ciudad capital hasta sus hogares en los más distintos y recónditos puntos del conurbano bonaerense.
El distraído, huevo podrido es, ve y oye una conversación - porque se vive con todos los sentidos, y no sólo se oye con los oídos. La ve. Una mujer de unos recientes setenta años, mirando hacia abajo, esbeltas bolsas en una mano. La oye. Dice en voz muy alta, sin llegar a gritar, Bueno, hombre, todos estamos así y no andamos como usted.
Su destinatario, un tipo de equivalentes octubres, sentado en el cantero de un árbol. Algunas bolsas apelotonadas a sus pies. Cara de enojado, muy rojo. Cara de tristeza, muy azul. Contesta en el mismo volúmen, No, señora. ¿Cómo va a estar igual que yo? Cuando pase un día sin comer, entonces va a saber. Pero no puede decir que estamos igual.
Hay gente que usa derivados de la frase "con esa plata se podría haber dado de comer a gente que se muere de hambre". Siguen su vida habitual. Lo saben, pero prefieren ignorar. La ignorancia no implica carecer de diplomas y distinciones. Puede aplicar a cualquiera.
Miles de personas pasan todos los días, buscando cosas que comprar en la calle más llena de negocios de la ciudad. Confiterías, rotiserías gourmet y no tanto, relojerías. Ropa, principalmente ropa; un local al lado del otro, un cliente al lado del otro.
A la vuelta, ahí pegadito, está el shopping. Salen de su interior con dos, tres bolsas en la mano. En la esquina, un talentoso y estudiado saxofonista llena con su magia el aire que respiran los negros y los hippies que venden joyas y sahumerios. Respectivamente.
Las dos casas de electrodomésticos más famosas compiten a solo ciento cincuenta metros de distancia, y una vía. La misma que lleva a un cuarto del país desde el corazón de su ciudad capital hasta sus hogares en los más distintos y recónditos puntos del conurbano bonaerense.
El distraído, huevo podrido es, ve y oye una conversación - porque se vive con todos los sentidos, y no sólo se oye con los oídos. La ve. Una mujer de unos recientes setenta años, mirando hacia abajo, esbeltas bolsas en una mano. La oye. Dice en voz muy alta, sin llegar a gritar, Bueno, hombre, todos estamos así y no andamos como usted.
Su destinatario, un tipo de equivalentes octubres, sentado en el cantero de un árbol. Algunas bolsas apelotonadas a sus pies. Cara de enojado, muy rojo. Cara de tristeza, muy azul. Contesta en el mismo volúmen, No, señora. ¿Cómo va a estar igual que yo? Cuando pase un día sin comer, entonces va a saber. Pero no puede decir que estamos igual.
Hay gente que usa derivados de la frase "con esa plata se podría haber dado de comer a gente que se muere de hambre". Siguen su vida habitual. Lo saben, pero prefieren ignorar. La ignorancia no implica carecer de diplomas y distinciones. Puede aplicar a cualquiera.
Comentarios
Publicar un comentario